No puede negarse que la educación de los niños debe ser uno de los objetos principales que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida el país ha recibido un golpe funesto.

Este cuidado consiste en que las leyes deben estar siempre en relación con el principio de la constitución, al mismo tiempo que las costumbres particulares deben afianzar el sostenimiento del país. Por el mismo motivo que han sido estas costumbres las únicas que han dado existencia a la forma primera de las leyes. Porque las costumbres democráticas conservan la democracia, del mismo modo que las costumbres oligárquicas conservan la oligarquía. Así que cuanto más puras son las costumbres, tanto más se afianza el Estado.

En nuestra opinión, es de toda evidencia que la ley debe arreglar la educación y que ésta debe ser pública. Pero es muy esencial saber con precisión lo que debe ser esta educación y el método que conviene seguir.

En general, no están hoy todos conformes acerca de los objetos que debe abrazar. Muy al contrario, están bastante lejos de ponerse de acuerdo sobre lo que los jóvenes deben aprender para alcanzar la virtud y la vida más perfecta. Ni aun se sabe a qué debe darse la preferencia, si a la educación de la inteligencia o a la del corazón.

El sistema actual de educación contribuye mucho a hacer difícil la cuestión. No se sabe, ni poco ni mucho, si la educación ha de dirigirse exclusivamente a las cosas de utilidad real o si debe hacerse de ella una escuela de virtud. O si ha de comprender también las cosas de puro entretenimiento. Cada uno de estos sistemas ha tenido sus partidarios y no hay aún nada que sea generalmente aceptado sobre los medios para hacer a la juventud virtuosa. Pero siendo tan diversas las opiniones acerca de la esencia misma de la virtud, no debe extrañarse que lo sean igualmente sobre la manera de ponerla en práctica.

Aristóteles. Política V, 1

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